febrero 27, 2003
Borussia Dortmund 1, Real Madrid 1.
Dortmund, Alemania.
Segunda Fase Champions League 2002-2003.
Ayer martes, el fútbol hizo sentirme vivo. Si no te gusta el fútbol, analiza cuándo fue la última vez que algo hizo sentirte vivo. Si te gusta y acaso viste el Real Madrid vs Borussia Dortmund de la Champions League, verás que no fue un partido Cinco Estrellas, pero también tú: cuándo fue la última vez que algo hizo sentirte vivo.
No vi el 1er Tiempo. En cuanto pude, escapé de mi oficina blanca y llegué al Gross Weight Bar en el entretiempo, justo para ver el resumen editado a tres jugadas. Borussia gana 1-0. El arranque del 2do fue un gran resbalón, sirvió para encorajinar a los participantes. El resto del partido, aproximadamente:
Minuto 55
El Real Madrid es propietario del balón y del ritmo de juego. Lo demuestra gradualmente, desde cada punto cardinal, pasando lista. Figo siente correr el tiempo y se altera, pide más el balón. Se altera Zidane, se altera Raúl, se alteran Helguera y Roberto Carlos. El equipo blanco se monta en el rival y es mucho más que él, en forma evidente. Dije evidente, mas no explícita, pues el reglamento del fútbol no permite manifestar en el tablero la superioridad parcial (que sí sucede, por ejemplo, en el tennis o el volleyball, donde se van acumulando puntos en cada juego, juegos en cada set, haciendo más congruente el resultado final). Representa un esfuerzo entender que los blancos van perdiendo.
Minuto 61
En plena aceleración cardiaca Roberto Carlos comete un error casi fatal, tropieza en su propia área y deja el balón a Ewerthon, que falla un gol de dios me libre. El portero Íker Casillas y los centrales están por armar la reprimenda pero bueno, es Roberto Carlos, no pasa nada. Después del gulp, el brasileño vuelve a su motocicleta.
Minuto 63
Ronaldo se ha colado tres veces al área alemana y no ha metido gol, sensación que lo molesta y debilita. Entonces busca tirar desde la media luna, acabar con la fiesta. En un mundo más lindo Ronaldo habría tirado, no interesa si bien o mal pero habría tirado. En cambio lo derriban. Se marca la falta y el Madrid saborea un gol detonado por cualquiera. Roberto Carlos no presta la pelota y corta cartucho, lo cual encarece las pólizas de seguro de los alemanes que se forman en barrera. Empavado y harto, lanza un misil de artillería pesada que evoca una línea cadavérica de Henry Rollins:
I´m death to the touch.
Minutos 70 a 94
Veinte minutos cínicos, de genuflexión y combate interno. El equipo español tiende un campo de fuerza alrededor del área enemiga con Roberto Carlos, Makeleke, Zidane, Helguera, Flavio Conceicao, Guti y Miñambres, sustituto de Figo, acarreando munición a Ronaldo y Raúl. No llega el empate. Se tensa la comunicación entre los madridistas pero se mantiene el orden. Al minuto 90 las bancas, inquietas por la razón contraria, enseñan las uñas y meten un delantero fresco, Amoroso y Javier Portillo respectivamente. El Real Madrid monta un último plan de contingencias, switchándose Zidane a la banda izquierda por Roberto Carlos, que planta su bazuca en un montículo cercano. Las imágenes bélicas no son buena costumbre pero ilustran. Tiempo de compensación, el bombardeo hace más polvo. Los alemanes se han ocultado en el subsuelo llevándose el marcador, pero el centavo Javier Portillo alcanza a meter un pie en el búnker y saca el 1-1.
Qué buen partido. Y qué implacable testimonio de resistencia y convicción del fútbol alemán, que ha materializado el blindaje. Estoy completamente de acuerdo con la lectura del fútbol europeo que hace Leonel Amondarello, periodista venezolano, en su libro Chasquido de moscón que muere. En oposición al fútbol repulsivo-culpable de Italia, que toma vigor en el catolicismo romano, el fútbol hermético-desplegable de Alemania se carga emocionalmente de la memoria de abuelos y bisabuelos que fallecieron durante la II Guerra Mundial a falta de un buen casco. Hoy sabemos que una alarmante mayoría de los caídos tenía balazos en el cráneo, lo que no puede decirse del ejército norteamericano, mucho mejor forrado. No es casual que los grandes capitanes de la selección alemana, de Helmut Rahn a Franz Beckenbauer, de Lottar Matthaus a Mattias Sammer, entrenador de este Borussia, hayan desarrollado su talento en el primer tercio de la cancha, desde puestos de seguridad.
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febrero 26, 2003
Estoy sorprendido con la corrección de Daniel.
La final que Tigres ganó en penales al Atlante fue en 1982 y no en 1979 como yo creía. Sólo de enterarme, sufrí una carambola en la niñez, porque has de ver cuántas situaciones concluyentes tengo atadas a fechas, entre otras cosas porque en 1982 llegué a Tijuana con mi familia, un evento que no me parece tan lejano como aquella final que ganó Tigres. Y ahora me entero que fue el mismo mes. Estoy que me mareo. Ese partido formaba parte (hasta hoy, que leí tu corrección) de la Antigüedad y ahora lo has entrometido en la Edad Media de mi vida, o más poéticamente: lo has puesto al mediodía de mi vida, para citar a Nietzche. Pero con tu observación, la duda de por qué no me hice Tigre sino Puma se resolvió. No me hice Tigre porque ya era Puma desde el año anterior.
¿Me lo captas? El respeto a Barbadillo, Orduña, Bravo y Tomás Boy permanece, pero nada más. Las marcas que me dejaron Hugo Sánchez, Manzo y Ferreti son otra cosa, algo que da calor a mi organismo y no es metáfora. Era cosa de ver a un buen citólogo: en mí había células nuevas. Más notorio todavía lo de Manuel Negrete, de quien tomé cada gesto atlético y aprendí, con esmero académico, su menú de sutilezas (excepto la media chilena). Del trote "chompiresco" de Negrete brotaba un hilo orgánico que, por años, entró de lleno al mío. Un conducto umbilical que alimentó decisiones y pausas, no sólo en el fútbol. Eso es química. Negrete cambiaba de perfil con una facilidad asombrosa, pasaba de los más lindo, chutaba a los rincones, y a mí me daban ganas de aplicarlo en situaciones ordinarias, no averigues cómo. Cabe decir que invertí toda mi capacidad en jugar de zurdo, y más asombrosamente, de 10. Los resultados no fueron tan malos.
Pero no me interesa rehacer aficiones, no le veo caso. Si llega otra vez el apego sudoroso a un club, llegará y bienvenido. Pero habrá de ser un huracán o una enfermedad, que no lo veo posible. En eso de las militancias eternas soy un opositor. Creo que ciegan. Creo que enferman. Con mayor razón, rechazo mantener un afecto o una afición sólo porque la he tenido siempre o por regionalismos o por herencia de papá; no hablo sólo de fútbol. Respeto a quien dice "Nunca he cambiado" y tiene la claridad para aceptarlo, pero me da lástima quien dice "Nunca cambiaré". El confort y la nostalgia, dos palabras para cuidarse como decir sarna y sida. Hay mucho de confort (no de lealtad) en las aficiones que se juran a muerte. Por eso en mi opinión, hay que erradicar la militancia, el confort y la nostalgia de nuestros gustos (ey: el gusto hay que dejarlo siempre intacto, es tan frágil). En mi opinión.
Me aficiona quien me convence. Del fútbol mexicano me han convencido (y conquistado, que es el segundo paso) el América de Leo Benhakker, las Chivas de Tuca Ferreti 1997 y más hondo el Atlas de Lavolpe 1998-2000 (el mejor equipo mexicano que he visto). Esta temporada ninguno. En Europa me fascina el Valencia español y el Arsenal inglés, aunque creo que la Champions League van a tener que arrebatársela al Real Madrid y al Manchester United, no sé si puedan. Último ejemplo de "conversión inmediata": con el juegazo que dieron ayer los supersónicos hiperpagados megaestrellas del Real Madrid vs Borussia Dormund (1-1), me conquistaron, y me siento con todo el derecho de ser hincha merengue hasta que el cuerpo aguante. O hasta que irrumpa algún otro. O hasta que broten nuevas células.
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La final que Tigres ganó en penales al Atlante fue en 1982 y no en 1979 como yo creía. Sólo de enterarme, sufrí una carambola en la niñez, porque has de ver cuántas situaciones concluyentes tengo atadas a fechas, entre otras cosas porque en 1982 llegué a Tijuana con mi familia, un evento que no me parece tan lejano como aquella final que ganó Tigres. Y ahora me entero que fue el mismo mes. Estoy que me mareo. Ese partido formaba parte (hasta hoy, que leí tu corrección) de la Antigüedad y ahora lo has entrometido en la Edad Media de mi vida, o más poéticamente: lo has puesto al mediodía de mi vida, para citar a Nietzche. Pero con tu observación, la duda de por qué no me hice Tigre sino Puma se resolvió. No me hice Tigre porque ya era Puma desde el año anterior.
¿Me lo captas? El respeto a Barbadillo, Orduña, Bravo y Tomás Boy permanece, pero nada más. Las marcas que me dejaron Hugo Sánchez, Manzo y Ferreti son otra cosa, algo que da calor a mi organismo y no es metáfora. Era cosa de ver a un buen citólogo: en mí había células nuevas. Más notorio todavía lo de Manuel Negrete, de quien tomé cada gesto atlético y aprendí, con esmero académico, su menú de sutilezas (excepto la media chilena). Del trote "chompiresco" de Negrete brotaba un hilo orgánico que, por años, entró de lleno al mío. Un conducto umbilical que alimentó decisiones y pausas, no sólo en el fútbol. Eso es química. Negrete cambiaba de perfil con una facilidad asombrosa, pasaba de los más lindo, chutaba a los rincones, y a mí me daban ganas de aplicarlo en situaciones ordinarias, no averigues cómo. Cabe decir que invertí toda mi capacidad en jugar de zurdo, y más asombrosamente, de 10. Los resultados no fueron tan malos.
Pero no me interesa rehacer aficiones, no le veo caso. Si llega otra vez el apego sudoroso a un club, llegará y bienvenido. Pero habrá de ser un huracán o una enfermedad, que no lo veo posible. En eso de las militancias eternas soy un opositor. Creo que ciegan. Creo que enferman. Con mayor razón, rechazo mantener un afecto o una afición sólo porque la he tenido siempre o por regionalismos o por herencia de papá; no hablo sólo de fútbol. Respeto a quien dice "Nunca he cambiado" y tiene la claridad para aceptarlo, pero me da lástima quien dice "Nunca cambiaré". El confort y la nostalgia, dos palabras para cuidarse como decir sarna y sida. Hay mucho de confort (no de lealtad) en las aficiones que se juran a muerte. Por eso en mi opinión, hay que erradicar la militancia, el confort y la nostalgia de nuestros gustos (ey: el gusto hay que dejarlo siempre intacto, es tan frágil). En mi opinión.
Me aficiona quien me convence. Del fútbol mexicano me han convencido (y conquistado, que es el segundo paso) el América de Leo Benhakker, las Chivas de Tuca Ferreti 1997 y más hondo el Atlas de Lavolpe 1998-2000 (el mejor equipo mexicano que he visto). Esta temporada ninguno. En Europa me fascina el Valencia español y el Arsenal inglés, aunque creo que la Champions League van a tener que arrebatársela al Real Madrid y al Manchester United, no sé si puedan. Último ejemplo de "conversión inmediata": con el juegazo que dieron ayer los supersónicos hiperpagados megaestrellas del Real Madrid vs Borussia Dormund (1-1), me conquistaron, y me siento con todo el derecho de ser hincha merengue hasta que el cuerpo aguante. O hasta que irrumpa algún otro. O hasta que broten nuevas células.
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febrero 25, 2003
Un común denominador entre los aficionados al fútbol es que no se cambia la afición por un equipo. A mi me ha sucedido lo contrario. Fui Puma de la UNAM por 10 años, un ciclo en primera instancia breve, pero total: el periodo comprendido entre mis 10 y mis 20 años de edad. El cierre de la niñez, la adolescencia entera y la primer juventud puestas en la criba del balón. Entonces no hubo un ícono con más poder sobre mí, una vertical más dirigida al centro, que el escudo de los Pumas. Por muy banal que suene a estas alturas, nada me parecía más natural y majestuoso, nada más pleno en mi corazón ni más chisporroteante que la cabeza del puma universitario. Llámale afición. Un esquema telúrico, cometas, pájaros invisibles.
Afición que nació, siendo exactos, un domingo feliz de 1981, en la final de Liga 80-81 que se jugó en CU. Mi familia se arremolinó en una fonda del Centro de Guadalajara para ver a los Pumas, un equipo joven que dirigía el ex-jugador Bora Milutinovic. Habían hecho una temporada histórica, o así lo creo. Hugo Sánchez se despedía del fútbol mexicano, jugaría en el Atlético de Madrid del que acá se sabía muy poco, sólo que cinco años antes había ganado la Copa de Europa ayudándose de Rubén "Ratón" Ayala, que ahora jugaba en México. Ese domingo fue mi conversión, tanto a futbolista como a Puma. Ignoro la ubicación de la fonda, pero recuerdo bien el pozole hirviendo en unos recipientes de barro, salsas bravísimas que hacían convulsionar el rostro de mis tíos, azulejo blanco, destapadores de pared vomitando corcholatas y una pantalla gigante y borrosa donde vimos a Hugo cabecear un balón a gol, como yo nunca pude.
4-1. También hicieron goles Manuel Manzo, con un toque justo y raso que afectó mi forma de jugar desde el DNA, Tuca Ferreti en un cabezazo equívoco y Gustavo Vargas (creo). Por Cruz Azul descontó Rafael Toribio en una jugada llena de malignidad que puedo reconstruir fotográficamente en mi cabeza. En la fonda, al término del partido, hubo pocos comentarios. Se hablaba de Hugo, pero mis tíos preferían guardar silencio en homenaje a sus ausentes: el Guadalajara, el Atlas y los Leones Negros de la UDG.
El puma de las camisetas era más grande que el actual, cubría casi todo el pecho. Parecía negro pero era azul. Siguieron utilizándolo varios años. Hugo emigró. Seguí siendo Puma. En 1985 sufrí como un apendicitis la Final de la Corregidora, contra el América intolerante de los años ochenta, y terminé mi gusto puma en 1991, otra vez campeón. Luego no sé qué pasó. El fútbol me fue indiferente. Cuando recuperé las ganas en 1994, gracias a Romario, ya no era Puma. El magma se secó. Piedra volcánica.
Lo que me pregunto, nomás curiosidad, es por qué me hice Puma en 1981 y no Tigre en 1979, a mis ocho años, cuando la familia se reunió para la Final en un sitio de mayor cariño. El Desdén, el rancho suburbano de mi abuelo Alfonso, era un pastizal mal bardeado del que cada primo (puedo asegurarlo) guarda memorias fundamentales. Regados en sillas de metal, trozos de tronco y equipales vimos a los Tigres de la UANL vencer dramáticamente al Atlante. En pénalties, modalidad nueva y cruel. Tengo presente cuando Ricardo Lavolpe, portero del Atlante, anotó su gol como diciendo: "He cumplido." Guardo un fino respeto por esos Tigres, un equipo fulminante cuyo símbolo fue Jerónimo "Patrulla" Barbadillo, el extremo escencial del resto de mi vida. Pero no me convirtieron. No me hice Tigre.
Hablo de afición como quitándome una escama. Sólo por tocar el tema. Palabras así, e ideas abominables como amor a la camiseta, los lancé por un trampolín y siguen ahí, caídos. Ahí se quedan. Hablo de consecuencias. De cicatrices, barras y vecindarios lúgubres. Estoy a un paso de concebirme como futbolista y a otro paso, es decir a la misma distancia, de perder todo atractivo hacia el fútbol como entretenimiento favorito, la total indiferencia. Como en toda decisión, a mi derecha hay vasos de cristal y a mi izquierda, en forma incómoda, veo granos de cacao.
Me siento tan simbólico. Mañana hay buen fútbol por ESPN.
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Afición que nació, siendo exactos, un domingo feliz de 1981, en la final de Liga 80-81 que se jugó en CU. Mi familia se arremolinó en una fonda del Centro de Guadalajara para ver a los Pumas, un equipo joven que dirigía el ex-jugador Bora Milutinovic. Habían hecho una temporada histórica, o así lo creo. Hugo Sánchez se despedía del fútbol mexicano, jugaría en el Atlético de Madrid del que acá se sabía muy poco, sólo que cinco años antes había ganado la Copa de Europa ayudándose de Rubén "Ratón" Ayala, que ahora jugaba en México. Ese domingo fue mi conversión, tanto a futbolista como a Puma. Ignoro la ubicación de la fonda, pero recuerdo bien el pozole hirviendo en unos recipientes de barro, salsas bravísimas que hacían convulsionar el rostro de mis tíos, azulejo blanco, destapadores de pared vomitando corcholatas y una pantalla gigante y borrosa donde vimos a Hugo cabecear un balón a gol, como yo nunca pude.
4-1. También hicieron goles Manuel Manzo, con un toque justo y raso que afectó mi forma de jugar desde el DNA, Tuca Ferreti en un cabezazo equívoco y Gustavo Vargas (creo). Por Cruz Azul descontó Rafael Toribio en una jugada llena de malignidad que puedo reconstruir fotográficamente en mi cabeza. En la fonda, al término del partido, hubo pocos comentarios. Se hablaba de Hugo, pero mis tíos preferían guardar silencio en homenaje a sus ausentes: el Guadalajara, el Atlas y los Leones Negros de la UDG.
El puma de las camisetas era más grande que el actual, cubría casi todo el pecho. Parecía negro pero era azul. Siguieron utilizándolo varios años. Hugo emigró. Seguí siendo Puma. En 1985 sufrí como un apendicitis la Final de la Corregidora, contra el América intolerante de los años ochenta, y terminé mi gusto puma en 1991, otra vez campeón. Luego no sé qué pasó. El fútbol me fue indiferente. Cuando recuperé las ganas en 1994, gracias a Romario, ya no era Puma. El magma se secó. Piedra volcánica.
Lo que me pregunto, nomás curiosidad, es por qué me hice Puma en 1981 y no Tigre en 1979, a mis ocho años, cuando la familia se reunió para la Final en un sitio de mayor cariño. El Desdén, el rancho suburbano de mi abuelo Alfonso, era un pastizal mal bardeado del que cada primo (puedo asegurarlo) guarda memorias fundamentales. Regados en sillas de metal, trozos de tronco y equipales vimos a los Tigres de la UANL vencer dramáticamente al Atlante. En pénalties, modalidad nueva y cruel. Tengo presente cuando Ricardo Lavolpe, portero del Atlante, anotó su gol como diciendo: "He cumplido." Guardo un fino respeto por esos Tigres, un equipo fulminante cuyo símbolo fue Jerónimo "Patrulla" Barbadillo, el extremo escencial del resto de mi vida. Pero no me convirtieron. No me hice Tigre.
Hablo de afición como quitándome una escama. Sólo por tocar el tema. Palabras así, e ideas abominables como amor a la camiseta, los lancé por un trampolín y siguen ahí, caídos. Ahí se quedan. Hablo de consecuencias. De cicatrices, barras y vecindarios lúgubres. Estoy a un paso de concebirme como futbolista y a otro paso, es decir a la misma distancia, de perder todo atractivo hacia el fútbol como entretenimiento favorito, la total indiferencia. Como en toda decisión, a mi derecha hay vasos de cristal y a mi izquierda, en forma incómoda, veo granos de cacao.
Me siento tan simbólico. Mañana hay buen fútbol por ESPN.
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febrero 19, 2003
I
Vanidad.
Manejé nervioso la Vía Rápida Poniente, ido, con la excelente noticia de que pronto se publicará el libro de relatos Comparte la caída, Rafa Saavedra & Mr Phuy. ¡Qué título, Rafadro! Me gusta mucho cómo te desenvuelves ante las debilidades y los erizos, con el motorcito obstinado y ponedor. Sabes mantener la voz en el volumen justo: volumen alto secreto. Las crueldades que se comenten contra el código. Ya imagino el hervidero de recreos y egos en la I Reunión de Border-bloggers a la que estás convocando, que será una colada larga, un oleaje disparejo, qué bueno. Tendrá que haber pre-inscripciones. Supongo que, de diez Mesas de Lectura, nueve se debatirán en la experiencia
masturbadora del "Querido diario: ..." y al menos una, ojalá, servirá para seguir ojeando en la ventana. Nada te detiene. Por eso nos tienes a todos alrededor, orbitando, con ganas de.
II
Mientras suceda.
En la liga española de fútbol, el Barcelona ocupa el lugar 16 de 19 y recién echó al entrenador y al presidente, adjetivados en colilla. Me voy a divertir mucho si continúa con esa inercia de indestructible en la Champions League y resulta campeón. En el peor oleaje, el máximo escalón. Hoy ganó el undécimo partido en racha, al Internacional de Italia que se fue meneado, con gozos de mujer, quemado de tanto gimnasio. Saviola hizo un golazo, con el mérito de parecer un gol incidental. Remató veloz y preciso entre dos escorpiones, Favio Cannavaro y Carlos Gamarra, que ahora confían bastante más en él. No basta con mentir, no bastan sensaciones ni tropeles. Por cierto, hace falta más Riquelme en esas canchas europeas pero Riquelme está en la banca. Es que no pone de su parte, se le pide aterrizar y sigue terco, sobrevolando el fútbol. Saviola y Riquelme, un futbolista ligero y otro magnífico, pero de poca unicidad. Mucho helio.
III
La función precisamente.
Cesare Pavese describió la ciudad de _______ en noviembre de 1935, a través de su blog:
"Ciudad de la regla, ciudad de la ironía. Ciudad virgen en arte, como la chica que vio a otras hacer el amor y, por su parte, no ha tolerado hasta ahora más que caricias, pero ya está preparada, si encuentra a su hombre, a dar el paso." .
Ha llegado la hora de ser más naturales. Es una desgracia, pasamos el examen regularmente y no entendemos nada. Adentro, con el tumulto de la salud ficticia, se gesta un tumorcito insurgente que hace encabronar a los glóbulos rojos con los blancos, una fiesta que no puedes perderte. Visítalo en:
http://www.el_oficio_de_vivir.blogspot.com.
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Vanidad.
Manejé nervioso la Vía Rápida Poniente, ido, con la excelente noticia de que pronto se publicará el libro de relatos Comparte la caída, Rafa Saavedra & Mr Phuy. ¡Qué título, Rafadro! Me gusta mucho cómo te desenvuelves ante las debilidades y los erizos, con el motorcito obstinado y ponedor. Sabes mantener la voz en el volumen justo: volumen alto secreto. Las crueldades que se comenten contra el código. Ya imagino el hervidero de recreos y egos en la I Reunión de Border-bloggers a la que estás convocando, que será una colada larga, un oleaje disparejo, qué bueno. Tendrá que haber pre-inscripciones. Supongo que, de diez Mesas de Lectura, nueve se debatirán en la experiencia
masturbadora del "Querido diario: ..." y al menos una, ojalá, servirá para seguir ojeando en la ventana. Nada te detiene. Por eso nos tienes a todos alrededor, orbitando, con ganas de.
II
Mientras suceda.
En la liga española de fútbol, el Barcelona ocupa el lugar 16 de 19 y recién echó al entrenador y al presidente, adjetivados en colilla. Me voy a divertir mucho si continúa con esa inercia de indestructible en la Champions League y resulta campeón. En el peor oleaje, el máximo escalón. Hoy ganó el undécimo partido en racha, al Internacional de Italia que se fue meneado, con gozos de mujer, quemado de tanto gimnasio. Saviola hizo un golazo, con el mérito de parecer un gol incidental. Remató veloz y preciso entre dos escorpiones, Favio Cannavaro y Carlos Gamarra, que ahora confían bastante más en él. No basta con mentir, no bastan sensaciones ni tropeles. Por cierto, hace falta más Riquelme en esas canchas europeas pero Riquelme está en la banca. Es que no pone de su parte, se le pide aterrizar y sigue terco, sobrevolando el fútbol. Saviola y Riquelme, un futbolista ligero y otro magnífico, pero de poca unicidad. Mucho helio.
III
La función precisamente.
Cesare Pavese describió la ciudad de _______ en noviembre de 1935, a través de su blog:
"Ciudad de la regla, ciudad de la ironía. Ciudad virgen en arte, como la chica que vio a otras hacer el amor y, por su parte, no ha tolerado hasta ahora más que caricias, pero ya está preparada, si encuentra a su hombre, a dar el paso." .
Ha llegado la hora de ser más naturales. Es una desgracia, pasamos el examen regularmente y no entendemos nada. Adentro, con el tumulto de la salud ficticia, se gesta un tumorcito insurgente que hace encabronar a los glóbulos rojos con los blancos, una fiesta que no puedes perderte. Visítalo en:
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febrero 15, 2003
Todo el Universo. Idea que no entiendo, que debería hacerme estallar la cabeza. Lecturas recientes de un satélite de la NASA indican que el Universo tiene 13,500 millones de años de edad, días más días menos. Esto confirma varias hipótesis, entre ellas la de su volumen finito que se expande y se contrae. Se ha establecido que el 96% del contenido del Universo es materia y energía oscuras, sea lo que fuere, y únicamente 4% es materia atómica. Ahora comprendo el sentido de culpa que lo atormenta y lo persigue desde la infancia cósmica. Imagina que el 96% de tu ser es un pantano de faltas, ausencias, huecos, moños repulsivos que se tragan a sí mismos.
Partiendo del 4% de materia atómica, es decir materia como la conocemos, los sistemas planetarios suman el 0.00000001%. De ahí, los elementos tangibles conocidos (luz, asteroides, gas, agua, hormigas, duraznos...) representan acaso 0.00000001%. La cosa se pone peor: en la minúscula Tierra, los seres orgánicos sumamos otra cifra nanodecimal, con su dramática hilera de ceros, de la cual el hombre no pinta más del 0.00000001%.
Si la población humana asciende, como se ha dicho, a 20,000 millones de habitantes, soy el 0.0000000001% de la especie. Yo, enterito, una persona total. Pero en lugar de enderezar el ábaco y comenzar a sumar unidades, hundo más la numeralia utilizando el 4% de mi cerebro en forma conciente, o menos. Esta mañana accioné el Microsoft Word. Dicen que lo aprovechamos a menos del 3%. No lo dudo, a juzgar por la cantidad de ventanas que se me ofrecen y que ignoro por incapacidad pero también por considerarlas de mal gusto y, sobre todo, para evitar al insoportable Ayudante de Office. Miro por la ventana. Estoy mareado. Suelto los dedos y escribo: "Todo el Universo."
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Partiendo del 4% de materia atómica, es decir materia como la conocemos, los sistemas planetarios suman el 0.00000001%. De ahí, los elementos tangibles conocidos (luz, asteroides, gas, agua, hormigas, duraznos...) representan acaso 0.00000001%. La cosa se pone peor: en la minúscula Tierra, los seres orgánicos sumamos otra cifra nanodecimal, con su dramática hilera de ceros, de la cual el hombre no pinta más del 0.00000001%.
Si la población humana asciende, como se ha dicho, a 20,000 millones de habitantes, soy el 0.0000000001% de la especie. Yo, enterito, una persona total. Pero en lugar de enderezar el ábaco y comenzar a sumar unidades, hundo más la numeralia utilizando el 4% de mi cerebro en forma conciente, o menos. Esta mañana accioné el Microsoft Word. Dicen que lo aprovechamos a menos del 3%. No lo dudo, a juzgar por la cantidad de ventanas que se me ofrecen y que ignoro por incapacidad pero también por considerarlas de mal gusto y, sobre todo, para evitar al insoportable Ayudante de Office. Miro por la ventana. Estoy mareado. Suelto los dedos y escribo: "Todo el Universo."
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febrero 12, 2003
De vuelta al fútbol. El fin de semana visité el complejo deportivo Southern Hills situado en el cruce Urban Dr y Wooden Avenue, un auténtico pulmón en la selva urbana de Irvine, California. Un portento arquitectónico, atribuido al urbanista Stephen P Love (no conozco a Stephen P Love), que recuerda el ruido y densidad de la vieja Montevideo (no conozco Montevideo) puesta ahí, al corazón de la comunidad uruguaya del Sur de Los Angeles que tanta presencia ganó en 1988 con el Hands-Free Latin Afiliation Program (pero conozco bien el Hands-Free Latin Afiliation Program).
Arrancando y frenando en seco, un grupo de jugadores se dejaba dirigir por tres gendarmes, que daban silbatazos cortos y llenos de decisión. Prrrt, el grupo se esparce en vectores de diez metros. Prrrt, las cabezas giran sobre su eje y corren el mismo vector, concéntricos. Suceden varios prrrt más o menos lógicos para saltar recogiendo las extremidades, desplazarse lateralmente en brincos de tijera, taponearse unos a otros con el pecho... El punto final siempre es el grupo, reincorporado con el mismo vigor. Pienso que estos muchachos, dominen o no la técnica elemental con el balón, formarán equipos sólidos al haber asimilado la médula: formas parte de un equipo, eres más fuerte si te incorporas a él, el equipo es más fuerte contigo.
Como sucede en todo proceso de aprendizaje, el objeto de estudio se enriquece con luces de otros campos del conocimiento. En este caso, el despliegue militar. Cosa impresionante.
Vino un receso. En seguida el entrenador gritó, alzando a todos: "Let´play some ball now." De un costal sacó un racimo de balones... de básketbol. En forma autómata se armaron quintetos y se escenificaron breves e intensos sets, no mayores a tres minutos. El bote de los balones parecía un aguacero; el grupo, un cardumen frenético mas no caótico, liberando el sístole de los cuerpos. Sólo los interrumpía un Prrrt breve y puntual, como flecha, que podaba la intención de algún pase, avance o tiro.
Se fallaron infinidad de canastas, pero casi ningún pase. En pocos minutos, los quintetos armonizaron sus ataques, corriendo lo justo, nadando en la cancha con naturalidad. Hablando poco.
Fue divertido cuando el manager recibió una llamada en su celular. Con el silbato ausente, los chicos se iban de largo topándose con el poste, trastabillando con sus compañeros, perdiendo el hilo de las jugadas como si la armonía que venían dominando hubiera sido un espejismo. "Right, Honey, I´ll call you back." Fue colgar el teléfono, accionar el silbato y todos volver al encanto, precisos como siempre.
Me retiré después de una hora y el equipo no practicó fútbol. Sé que se trataba de un equipo de fútbol por la pila de balones dormidos junto a las maletas, por el uniforme y porque al otro extremo de la cancha entrenaban los porteros, sometidos a un tratamiento sin caridad.
Como aprendí en Japón-Corea 2002, el modelo de los futbolistas estadunidenses está en otros deportes. Puede que Landon Donovan (su mejor jugador, un graduado clásico) admire a Diego Mardona o a Ronaldo, pero no suspira por ellos. En las paredes de su recámara, en cambio, tiene posters de atletas cerebrales e impecables, como John Stockton o Lance Armstrong, de quienes hereda y aprende mucho más.
Lecciones interdisciplinarias:
a) Ryan Giggs, galés, posición 11 en la formación clásica del Manchester United, es el futbolista que mejor ejerce el drama constitutivo del fútbol: conducción perfecta, drigling productivo, bendita puntería y la mejor aceleración que puede haber en una cancha, a coletazos. Aptitudes innatas en Giggs, pero que pueden aprenderse. No memorizando a Giggs sino practicando Hockey sobre hielo.
b) Mientras se difunde la noción de que el defensa central es "el último hombre", casi un resumidero, Fernando Hierro invierte la suya como Quarter-back del Real Madrid. En lugar de ancla, juega de catapulta lanzando a sus compañeros sobre el enemigo. Es que no leíste bien: Quarter-back, un cuarto detrás, a venticinco yardas de la línea de fuego, cobijado y con tiempo suficiente para iniciar la jugada ofensiva.
c) Acerca de Hugo Sánchez, figura singular y electrizante, por lo tanto inimitable, hay que voltear a tres frentes: a los gimnastas olímpicos, que ven su anatomía como capital fantástico; a los clavadistas de 3 metros, que sacan petróleo de espacios diminutos; y a los banderilleros, que se paran firmes, planean de reojo el acercamiento de la bestia y se juegan la vida en cada desmarque.
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mr_phuy@mail.com
Arrancando y frenando en seco, un grupo de jugadores se dejaba dirigir por tres gendarmes, que daban silbatazos cortos y llenos de decisión. Prrrt, el grupo se esparce en vectores de diez metros. Prrrt, las cabezas giran sobre su eje y corren el mismo vector, concéntricos. Suceden varios prrrt más o menos lógicos para saltar recogiendo las extremidades, desplazarse lateralmente en brincos de tijera, taponearse unos a otros con el pecho... El punto final siempre es el grupo, reincorporado con el mismo vigor. Pienso que estos muchachos, dominen o no la técnica elemental con el balón, formarán equipos sólidos al haber asimilado la médula: formas parte de un equipo, eres más fuerte si te incorporas a él, el equipo es más fuerte contigo.
Como sucede en todo proceso de aprendizaje, el objeto de estudio se enriquece con luces de otros campos del conocimiento. En este caso, el despliegue militar. Cosa impresionante.
Vino un receso. En seguida el entrenador gritó, alzando a todos: "Let´play some ball now." De un costal sacó un racimo de balones... de básketbol. En forma autómata se armaron quintetos y se escenificaron breves e intensos sets, no mayores a tres minutos. El bote de los balones parecía un aguacero; el grupo, un cardumen frenético mas no caótico, liberando el sístole de los cuerpos. Sólo los interrumpía un Prrrt breve y puntual, como flecha, que podaba la intención de algún pase, avance o tiro.
Se fallaron infinidad de canastas, pero casi ningún pase. En pocos minutos, los quintetos armonizaron sus ataques, corriendo lo justo, nadando en la cancha con naturalidad. Hablando poco.
Fue divertido cuando el manager recibió una llamada en su celular. Con el silbato ausente, los chicos se iban de largo topándose con el poste, trastabillando con sus compañeros, perdiendo el hilo de las jugadas como si la armonía que venían dominando hubiera sido un espejismo. "Right, Honey, I´ll call you back." Fue colgar el teléfono, accionar el silbato y todos volver al encanto, precisos como siempre.
Me retiré después de una hora y el equipo no practicó fútbol. Sé que se trataba de un equipo de fútbol por la pila de balones dormidos junto a las maletas, por el uniforme y porque al otro extremo de la cancha entrenaban los porteros, sometidos a un tratamiento sin caridad.
Como aprendí en Japón-Corea 2002, el modelo de los futbolistas estadunidenses está en otros deportes. Puede que Landon Donovan (su mejor jugador, un graduado clásico) admire a Diego Mardona o a Ronaldo, pero no suspira por ellos. En las paredes de su recámara, en cambio, tiene posters de atletas cerebrales e impecables, como John Stockton o Lance Armstrong, de quienes hereda y aprende mucho más.
Lecciones interdisciplinarias:
a) Ryan Giggs, galés, posición 11 en la formación clásica del Manchester United, es el futbolista que mejor ejerce el drama constitutivo del fútbol: conducción perfecta, drigling productivo, bendita puntería y la mejor aceleración que puede haber en una cancha, a coletazos. Aptitudes innatas en Giggs, pero que pueden aprenderse. No memorizando a Giggs sino practicando Hockey sobre hielo.
b) Mientras se difunde la noción de que el defensa central es "el último hombre", casi un resumidero, Fernando Hierro invierte la suya como Quarter-back del Real Madrid. En lugar de ancla, juega de catapulta lanzando a sus compañeros sobre el enemigo. Es que no leíste bien: Quarter-back, un cuarto detrás, a venticinco yardas de la línea de fuego, cobijado y con tiempo suficiente para iniciar la jugada ofensiva.
c) Acerca de Hugo Sánchez, figura singular y electrizante, por lo tanto inimitable, hay que voltear a tres frentes: a los gimnastas olímpicos, que ven su anatomía como capital fantástico; a los clavadistas de 3 metros, que sacan petróleo de espacios diminutos; y a los banderilleros, que se paran firmes, planean de reojo el acercamiento de la bestia y se juegan la vida en cada desmarque.
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mr_phuy@mail.com
febrero 04, 2003
Esta semana naufragó el submarino inglés Cholerah a 40 kilómetros de Málaga, el tercero en naufragar en aguas del Mediterráneo desde la primavera 2001. Como supimos desde el martes, cuando Xiébar Aranzábal, un marinerito sin complejos, tiró su anzuelo en una parga e hizo contacto con el mastodonte militarizado de 12,000 toneladas, el Cholerah intentó cruzar sin autorización la ruta crítica que vigilan los torpederos del Ojo, como se autodenomina el puño político de los países subalpinos.
Un tema para hartarse (me tiene harto ya), saturado por la prensa internacional, que ataca en colmena.
Pero hay más. Como siempre. Bajo el tapete rugoso, sonrosado y lleno de insignificancias, uno se topa con la eléctrica frontera de la vida. Allí se hundió un Cholerah distinto, todavía suspendido, que putea las estadísticas en hermosos detalles.
I
El primero de ellos: las mascotas de la tripulación, empezando por Grafitti, el gato. De Grafitti se han recuperado tres fotografías, dos pertenecientes al verano que pasó con un anciano de terca suciedad, de quien parece haber huido, y una póstuma en la que dos voluntarios extienden su cadáver empapado, fantasmagórico y descompuesto.
Más vivos son los testimonios sobre Manganeso, el gallo, criado por cocineros del IV Regimiento Inglés y llevado al Cholerah de último minuto. "Éramos fantasmas junto a él", ha dicho un celador. "Nos disputábamos a golpes el espacio, que no es mucho en este tipo de embarcaciones, y Manganeso andaba por ahí, como el dueño."
Cejudo e intocable, a Manganeso le gustaba pasear por el cuarto de máquinas, quieto en sus decisiones, respetuoso del silencio de los operadores, neutral como Suiza. Y no muy tarde volvía a su rincón, enviando mensajes de obligación y cordura a los marineros del Cholerah. Uno de los últimos mensajes recibidos por el Guardacostas español, vía e-mail, se da tiempo en describir a Manganeso como "el tripulante más fatigado y cuerdo".
II
El toque melancólico llegó (latigazo) cuando el camarógrafo de Antena entró a los camarotes y se obstinó en abrir, una a una, las mochilas de los tripulantes. Brotó cada maravilla. Cepillos, bitácoras de viaje, insignias y metales, barras importadas de Watchamacalit, postales, lámparas, anteojos... y de un estuche insípido, como una emanación, cayó un ejemplar de Totems, el mejor álbum de Venus Emancipated.
¿Qué diablos tenía que hacer ahí, en el oleaje degollador del Cholerah? ¿Qué cómicos filos tiene la vida, además de los que ya sabemos? Una vez más: es tonto catalogar o juzgar una obra por su lugar y fecha de publicación, pues a fin de cuentas toma vigor según la interiorización (o el desaire) que suceda en cada uno. Totems salió a la venta en Inglaterra en la primavera de 1990, en los Estados Unidos tres meses después y por justicia de los elementos llegó al CD Player de mi automóvil en 1999, un matasellos personal que justifica su existencia y la mía. Jamás veré el Mediterráneo igual.
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